Viajar sola siempre fue mi sueño. No era una opción, sino una necesidad. La idea de quedarme estancada en una rutina me sofocaba, me apagaba. Por eso renuncié a la seguridad de un trabajo estable y me aventuré a encontrar una forma de vivir en movimiento. Me convertí en nómada digital para recorrer el mundo sin ataduras. Pero, con el tiempo, descubrí que viajar solo no es un escape perfecto. Es un constante choque entre la libertad y la soledad.
La contradicción de la soledad
Viajar solo es un oxímoron. Estás en constante movimiento, rodeado de gente, de nuevas culturas, de experiencias que te abren la mente. Pero al mismo tiempo, hay un vacío que te sigue como una sombra. A veces, el silencio pesa más que el ruido de una ciudad desconocida.
Soy introvertida. Mi batería social se agota rápido, y disfruto mis espacios a solas. Pero también me doy cuenta de que, aunque elijo la independencia, la soledad no siempre es un lujo. No es lo mismo estar solo por decisión que sentirte aislado. La mayoría del tiempo, mi único contacto es una pantalla de WhatsApp con mis dos mejores amigos. Viajar sola me ha demostrado que puedes estar rodeada de miles de personas y, aun así, sentirte completamente sola.
El peso de la rutina en movimiento
El romanticismo del nómada digital muchas veces es solo eso: un sueño embellecido. Viajar no significa vacaciones eternas. Tengo que trabajar, cumplir con mis responsabilidades, mantener una rutina dentro del caos del movimiento. Muchas veces evito socializar porque sé que cada interacción es tiempo que no puedo recuperar. Me encuentro en la paradoja de querer experimentar nuevas culturas, pero sin poder permitirme el lujo de perder el ritmo de mi trabajo.
Y entonces, llega la pregunta inevitable: ¿Para qué todo esto? ¿Para qué irme a otro país, a comer mal, a estar perdida, a buscar direcciones, a lidiar con barreras idiomáticas, a vivir con el sentido de supervivencia siempre activado? Y, sobre todo, ¿para qué alejarme de mi familia, de mis mascotas, si al final me voy a sentir más sola de lo que estaba antes?
El círculo vicioso del viaje
Cuando estoy viajando, quiero estabilidad. Cuando estoy en un solo lugar, quiero movimiento. Parece que nunca estoy satisfecha. Y cuando el sentimiento de vacío aparece, lo único que me queda es refugiarme en el trabajo. Es más fácil perderme en mis responsabilidades que enfrentar la pregunta de si realmente esto es lo que quiero.
Y lo peor es que cuando vuelvo a casa, no se siente como hogar. La depresión post-viaje golpea fuerte. Quiero volver a salir, quiero seguir en la carretera, quiero sentir esa adrenalina de lo desconocido. Pero también quiero un lugar al que pertenecer.
Reflexión final sobre viajar solo
Viajar sola te enfrenta a ti misma. No hay distracciones, no hay escapatoria. Tienes que lidiar con tus pensamientos, con tus miedos, con la cruda realidad de que la libertad también tiene un precio. Y a veces, ese precio es la soledad.
Esto no es una queja. No es una renuncia a mi estilo de vida. Es simplemente una confesión de lo que pocas veces se dice sobre el viaje en solitario. No es para todos. A veces, ni siquiera sé si es para mí. Pero mientras siga sintiendo que el mundo es demasiado grande como para quedarme en un solo lugar, seguiré moviéndome. Con la soledad a cuestas, con la incertidumbre en la mochila y con la esperanza de que, en algún rincón del mundo, encontraré un lugar que realmente se sienta como hogar.
Por Jesika Millano P.
¿Quieres organizar este viaje a Tirana por libre? Consíguelo aquí:
Las mejores ofertas de vuelos a Tirana aquí
Los mejores hoteles en Tirana a los mejores precios aquí
Si buscas hostales, consíguelos aquí
Adquiere tu seguro de viaje aquí
Reserva aquí los mejores tours y excursiones de Tirana
Adquiere tu eSIM para tener internet en el extranjero aquí